Reportaje — 5

Europa o nada

 

Fotografía y Texto: PAU COLL | RUIDO Photo
— 10 de mayo de 2018

 

«Volver es imposible, solo me parará la muerte».

 

Las nuevas políticas de control migratorio impulsadas por la Unión Europea han externalizado las fronteras del viejo continente a tierras africanas. Los acuerdos con los países de la región para una mayor vigilancia de las principales rutas migratorias suman dificultades para quienes recorren un camino de naturaleza mortal. En la ruta de África Central a través del desierto del Sáhara —la que más personas utilizan para llegar al Mediterráneo—, Níger ha destacado en su lucha contra la migración clandestina: desde finales de 2016, su gobierno persigue el tráfico de migrantes y ha prohibido el transporte de personas no nacionales hacia las fronteras del norte. La medida ha supuesto la apertura de nuevas rutas clandestinas a través del desierto que son más largas, más caras y generan más sufrimiento.

Pese a los peligros y las dificultades, los migrantes tienen claro su objetivo. El testimonio de los jóvenes que viajan hacia Europa es quizás lo único que no ha cambiado: “volver es imposible, solo me parará la muerte”.

 

 

Mohamed Kowate, un joven migrante de Guinea Conakry, espera en un viejo hangar de autobuses de Niamey a ser deportado hacia su país junto con 126 jóvenes más. Todos ellos provienen de Argelia, donde estaban trabajando para continuar su viaje hacia Europa hasta que la policía los detuvo como inmigrantes irregulares.

 

 

En la ruta que va desde África Occidental hasta Libia e Italia, es en Níger donde los migrantes se convierten en ilegales por primera vez. Si se les localiza, son expulsados. Como en la imagen, hay hangares de autobuses de la capital nigerina destinados exclusivamente a la deportación de migrantes a sus países de origen coordinados por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

 

 

En 2016, la Unión Europea creó el Fondo Fiduciario de Emergencia de la UE para África. El objetivo era controlar la migración irregular que va de África a Europa con un presupuesto inicial de 1.800 millones de euros, la mayoría de los cuales procedían del Fondo Europeo de Desarrollo. Hasta mayo de 2019, se han invertido 4.200 millones de euros. El Fondo incluye programas de desarrollo económico, para la mejora de la gobernanza y de control de fronteras para las regiones del Sahel, el lago Chad, el Cuerno de África y el Norte de África. A la práctica, el programa ha generado una mayor persecución de los migrantes en las rutas hacia Europa y devoluciones masivas llevadas a cabo por los países del Magreb.

 

 

Los 126 jóvenes de Guinea Conakry expulsados de Argelia denuncian que fueron abandonados por las autoridades argelinas en la frontera con Níger y obligados a caminar , sin agua ni comida, más de 30 kilómetros por el desierto hasta el otro lado de la frontera. Los migrantes, que tuvieron que caminar durante dos días a 45º, acusan a las fuerzas fronterizas de haberles robado todo su dinero y pertenencias.

 

 

La ciudad de Agadez, en el norte de Níger, es un enclave histórico desde el que cruzar los 2.000 kilómetros de desierto que lo separan de Libia. Desde hace unos años, aquí se juntan migrantes provenientes de multitud de países, refugiados de diferentes conflictos, retornados de Libia, traficantes, conductores del desierto, miembros del ejército y cualquier otro actor del engranaje migratorio africano.

 

 

“He visto muchos muertos, he enterrado a muchos. El desierto está lleno, yo los he visto”. Ali Brahim es conductor de uno de los todoterreno que un traficante de Agadez utiliza para trasladar migrantes a Libia a través del Sáhara. Asegura que, a causa del mayor control migratorio propiciado por la Unión Europea, ahora el trayecto es más arriesgado, se producen más accidentes y hay más asaltos de bandas armadas.

 

 

Por su ubicación a las puertas del Sáhara, Agadez ha sido siempre un punto clave en las históricas rutas de caravanas del desierto y lugar de salida de quienes quieren atravesar el Sáhara. Por ello, la economía de la ciudad está estrechamente ligada al movimiento de personas con negocios como transportes, restaurantes, hostales o puntos de venta de agua. Ahora que se ha vuelto ilegal el tráfico de personas, alrededor de 7.000 personas de un total de 25.000 habitantes que vivían directamente o indirectamente de la migración se han quedado sin trabajo. Muchos lamentan que los fondos prometidos por la UE no llegan.

 

 

Todo el norte de Níger está fuertemente controlado por el ejército y, tras muchos años de rebelión Tuareg, el desierto está sembrado de armas. Los migrantes que atraviesan el Sáhara hacia Libia o Argelia son continuamente asaltados por bandidos y su condición de ilegales no les permite denunciar a sus agresores.

 

 

A las afueras de Agadez, hasta 30 migrantes nigerinos se amontonan en un solo pick up para cruzar los más de 2.000 kilómetros del desierto del Sáhara hasta Libia. Esta travesía suele durar unos tres días como mínimo: a menudo los vehículos deben dar grandes rodeos para esconderse de los controles policiales o de las numerosas bandas de delincuentes que asaltan a los migrantes en el desierto.

 

 

La persecución de la migración ilegal ha obligado a los traficantes a trazar nuevas rutas para llevar a los migrantes a Libia. Como deben esquivar los controles policiales, las rutas son más largas, menos transitadas y más peligrosas. Si el vehículo se estropea o se pierde en la inmensidad del Sáhara y nadie logra rescatarles, todos los pasajeros mueren al cabo de unos días. Nadie conoce la cifra exacta de muertes: en pocas horas la arena sepulta los cadáveres y desaparecen para siempre.

 

 

Centenares de refugiados sudaneses comen en un albergue de Agadez. Todos ellos provienen de Libia donde fueron obligados a realizar trabajos forzosos en minas en régimen de esclavitud. Algunos de ellos incluso fueron vendidos por sus captores a granjeros de la zona. El castigo por intentar huir es la muerte: si les apresan, los matan y dejan el cadáver del fugitivo a la vista de todos como lección.

 

 

Desde principios del año 2018, 1.200 refugiados sudaneses huidos de Libia viven apiñados en refugios de Agadez. Muchos han sido secuestrados por mafias libias y vendidos como esclavos para realizar trabajos forzados en minas o granjas de la región. Además de maltratos constantes, sus captores les daban muy poca comida para mantenerlos débiles y dificultar su huida.

 

 

Albergue de la Organización Internacional para las Migraciones de Agadez. Este centro, con capacidad para hasta 1.000 personas, es el primer puesto seguro para todos aquellos migrantes que regresan de Libia o Argelia. La OIM, organización asociada a las Naciones Unidas, sólo da asistencia a las personas que deciden volver a sus países de origen, no a quienes intentan llegar a Europa.

 

 

Escondidos en una casa-gueto a las afueras de Agadez, un grupo de jóvenes migrantes de diferentes países subsaharianos esperan para cruzar el desierto hacia Libia. Binaté Bemssey solo tiene 17 años pero hace más de un año que salió de Costa de Marfil. “Quiero ir por Libia porque en Argelia te deportan, en Libia sólo te hacen sufrir”. Una pintada en la pared ilustra la actitud de los migrantes que se disponen a afrontar la dificultades del camino: “Europe ou rien”. Europa o nada.

 

Reportaje siguiente

Crónica — 6

Las vidas suspendidas

Los migrantes que vuelven a Níger tras su intento fracasado de llegar a Europa se quedan estancados en las principales ciudades del país como Niamey o Agadez

 
 

Reportaje anterior

Crónica — 4

Esclavos en el Sáhara

Una docena de migrantes en Agadez denuncian haber sido tratados como esclavos en Libia para trabajar en granjas, cultivos o minas