Marcadas por la migración

 

Ocho mujeres senegalesas explican cómo se han visto afectadas por la migración entre Senegal y España (o Europa) desde sus hogares, a las dos orillas de este proceso migratorio

 

Ami Diao, 22 años, en el parque al lado de su casa en Salt, Girona, Cataluña.

Ami vino a Cataluña con cuatro años con su madre. Se pregunta de dónde es realmente porque no se siente ni del todo catalana ni del todo senegalesa. “Tienen una mentalidad muy machista”, dice. Ha ido solo dos veces a Senegal y lo que más le ha sorprendido es que “faltasen tantos recursos que para la gente de aquí son básicos”. “En Senegal, la figura del blanco es como un Dios. Toda la mentalidad está enfocada al hombre blanco. África continúa siendo pobre y se piensan que la riqueza y el poder solo se puede conseguir en un país de gente blanca”.

 

 

Hadi Diata, 42 años, en una de las aulas de la escuela donde trabaja como directora adjunta en Ziguinchor, Senegal.

Cuando era joven, Hadi se enamoró de un chico que vivía en Alemania. Decidieron ver si funcionaba la relación a distancia y al cabo de dos años se casaron. Hadi asegura que la relación con su marido es buena. Hablan a menudo y se ven una vez al año, que para ella es suficiente. “Cuando él no está, me siento menos estresada, vivo más a mi aire”. Ella no quiere ir a vivir a Alemania, dice que el idioma es demasiado complicado. Con su salario, se podría pagar el visado y el billete de avión para ir de visita, pero Hadi tiene otras prioridades, como acabar de construir su casa.

 

 

Khady Ba (alias Hadiba), 39 años, en un parque detrás de su casa en Santa Coloma de Gramenet, donde le gusta ir a meditar.

Hadiba llegó a Cataluña con 19 años. Su madre ya estaba aquí así que ella le pidió de venir porque era “una mujer independiente”. Los primeros días se sentía desorientada porque no se podía comunicar con la gente, pero pronto se adaptó. “Como todos los africanos, pensaba que Europa era lo mejor, que aquí se podía tener todo lo que no se puede conseguir en Senegal. Por ejemplo, un trabajo con el que pagar el alquiler sabiendo que vas a cobrar a final de mes. Por eso salí, para tener una vida mejor”.

 

 

Bintou Soly, 22 años, en la terraza de la casa de sus padres en el barrio de Yeumbeul, a las afueras de Dakar.

Bintou se casó con un familiar lejano que vive en Italia y que solo ha visto una vez. Se enamoraron por whatsapp y se casaron a distancia. Tiene la esperanza de que él pueda venir a verla a Senegal o, mucho mejor, que la lleve a Italia con él. Pero a veces le entran dudas de si ha hecho bien casándose con un emigrante. “A veces me siento sola porque mi marido no está aquí conmigo. Me imagino las mujeres que viven cerca de sus maridos, que comen juntos y van a sitios juntos”.

 

 

Kadiatou Seydi, 26 años, en una calle de Barcelona.

Kadiatou migró a España con 16 años obligada por su familia para casarse con un hombre que casi no conocía. Tras años de abusos físicos y psicológicos por parte de su marido y su familia política, Kadiatou consiguió salir de la casa y separarse. “A una mujer que pasa por una situación de violencia le diría que busque ayuda, que no tiene por qué aguantar. Yo ahora lo tengo muy claro. Antes, aunque no quisiera casarme, lo tenía que aceptar porque sí, porque lo decía mi familia. No me atrevía a desafiarlos. Pero ahora nadie me puede obligar a hacer algo que no quiero”.

 

 

Natalie Mendy, 26 años, en la terraza de la casa particular donde trabaja de canguro en el barrio de Ngor, en Dakar.

Natalie es originaria de Guinea Bissau. Sus padres se trasladaron a Dakar cuando ella tenía tan solo seis meses. A los siete años, Natalie volvió a Guinea con su madre para aprender la lengua materna, y al cabo de tres se mudaron todos a Mauritania. Desde allí, su padre intentó cruzar el mar dos veces para llegar a las Islas Canarias, pero ambas lo deportaron de vuelta a Senegal. Desde siempre, a su padre le ha gustado viajar, decía que así descubría nuevas culturas y formas de vida. Pero Natalie se preguntó: ¿Por qué arriesgar tu vida para cambiar de país?

 

 

Maimouna, 53 años, en su casa de Salt, Girona, con dos de sus cuatro hijas.

Maimouna vino a Cataluña en 1991 para reunirse con su marido, aunque tuvo que dejar a sus dos hijas en Senegal. Después tuvo a Ami (izquierda) y a Ester (derecha), que viven con ella. Con el tiempo, Maimouna intentó traer a las dos hijas que se quedaron en Senegal, pero solo pudo venir la menor. Nunca aceptaron el visado de la otra hija porque era mayor de edad. Ahora Maimouna tiene la sensación que con la crisis es más difícil la regularización. “Nos han echado toda la culpa a los inmigrantes. Esto lo hacen los que no han salido nunca de su casa. En todo el mundo hay inmigrantes, incluso en África”.

 

Fatou Diop vive en la casa familiar con sus hijas mientras acaba de construir su propia casa.

Fatou se casó a los 20 años con un senegalés que vivía en Francia. Esperó toda una vida a que su marido la llevara con él o regresara definitivamente a Senegal para vivir juntos, pero su sueño nunca se acabó de cumplir. “La migración es difícil. No es un camino de rosas. En esa época yo pensaba que en Francia había de todo, que todo el mundo podía encontrar trabajo fácilmente. Pero si Francia hubiera sido como yo la imaginaba, ahora mismo estaría viviendo en una cómoda casa”.

 

*Algunos de los nombres de las mujeres entrevistadas se han cambiado a petición suya para conservar su anonimato.

** Un proyecto elaborado por RUIDO Photo con la colaboración de Open Arms y Acció Solidària i Logística (ASL), organizaciones que cuentan con proyectos de sensibilización y desarrollo en Senegal. 

*** Este reportaje se ha realizado con el apoyo financiero de la Unión Europea, el proyecto Frame, Voice, Report!, Lafede.cat, el Ayuntamiento de Barcelona y la Agència Catalana de Cooperació al Desenvolupament. Los contenidos de este reportaje son responsabilidad exclusiva de Open Arms, RUIDO Photo y los autores, Clara Roig y Pau Coll, y en ningún caso se puede considerar que reflejen la posición de la Unión Europa.

 

 

 

Sierra Leona: la resiliencia de la juventud africana

En 1991, el desempleo y la insatisfacción entre la población joven de Sierra Leona fueron unas de las principales causas de la violenta guerra civil que azotó el país durante 11 años. A pesar de los intentos para desarrollar el país y de las inmensas riquezas naturales que guarda (diamantes, oro, rutilo, bauxita, hierro), Sierra Leona sigue siendo de los países más pobres del mundo. Ocupa el puesto 180ª de 187 en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. La desproporción de jóvenes —un tercio de la población tiene entre 15 y 35 años— hace que sus perspectivas vitales pronto queden frustradas. Muchos jóvenes de las áreas rurales migran a la capital, Freetown, en busca de trabajo. Sin embargo, el 70% de los jóvenes no lo encuentra o si lo hace es en condiciones precarias dentro del sector informal. Su día a día consiste en trampear estas dificultades en busca de mejorar su realidad cotidiana. Al final, la única solución que encuentran es migrar más allá de las fronteras de su país e incluso de las fronteras africanas. Esta fotogalería de Toni Arnau retrata la juventud africana en su resiliencia cotidiana, la futura fuerza migratoria del continente.

 

 

Dudou trabaja en uno de los muchos vertederos que hay en Freetown, la capital de Sierra Leona. Recoge plástico para venderlo después y vive en la calle con su su mujer y su hijo. Entre los dos ganan menos de 200,000 leones al mes, alrededor de unos 20€. El alquiler mensual en una chabola de 15m2 en Freetown cuesta una media de 250,000 leones. Mientras que una habitación de hotel, 500,000 leones por noche.

 

Durante la posguerra en los años 2000, se construyeron barrios enteros de forma irregular para suplir la demanda de vivienda de la creciente población urbana. La construcción desenfrenada ha comportado que el bosque tropical que aguanta el suelo de las colinas, protegiendo la ciudad, desaparezca. En Agosto de 2017, la montaña de Sugarloaf colapsó en un alud de barro, llevándose las casas y causando al menos 400 muertes.

 

Ibrahim se abraza con su mujer al retornar a su casa en Freetown, después de estarse meses estancado en Bamako, Mali. Cuando Ibrahim cumplió 23, decidió abandonar su ciudad de origen en los suburbios de Freetown para emprender el The Backway, la ruta migratoria hacia Europa. Su sueño era llegar a Holanda y convertirse en jugador de fútbol profesional. Al llegar a las puertas de Libia, el miedo a ser secuestrado pudo con él y decidió retroceder. Intentó durante un tiempo buscar rutas alternativas pero al final por falta de dinero,decidió volver en un programa de retorno de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

 

 

Los jóvenes sierra leoneses acostumbran a ir a la playa de Lumley Beach de unos 4 quilómetros de largo, para correr y hacer deporte durante los días de cada día. En 2015, el gobierno demolió los puestos de comida hechos de bambú para reemplazarlos por un proyecto de hoteles de lujo y casinos. Tres años más tarde, algunos continúan en construcción.

 

En mayo de 2018, miles de personas salieron a la calle para celebrar la victoria del general militar retirado Julius Maada Bio en las elecciones presidenciales. Después de 10 años en la oposición, el Partido del Pueblo de Sierra Leona (SLPP) consiguió volver al poder en unas contiendas muy reñidas contra la formación rival, el Congreso de Todos los Pueblos (APC).

 

Varias personas prenden fuego en uno de los vertederos de Freetown, Sierra Leona. Trabajar en los vertederos de la ciudad es una de las opciones que tienen jóvenes y niños de ganarse la vida. El relator de las Naciones Unidas ha advertido del peligro para la salud y el medioambiente de las sustancias tóxicas derivadas de la mala gestión de los residuos en Sierra Leona.

 

Un hombre fuma cocaína en el suburbio de New England, en Freetown. Durante la guerra civil, los adolescentes drogadictos desempeñaron un papel clave en la difusión de la violencia. Hoy en día, Sierra Leona se ha convertido en país de tránsito en la ruta mundial de narcóticos. Los jóvenes de la ciudad se evaden con las drogas de su realidad frustrada por no encontrar trabajo. Uno de cada cuatro jóvenes y adultos padecen adicción. Las drogas más comunes son el cannabis, Brown Brown (heroína) y cocaína, de acuerdo con el informe del 2013 de la Agencia Nacional Contra el Tráfico Ilícito de Drogas.

 

Mariama se divierte en el jardín de su casa en Waterloo, un pueblo a las afueras de Freetown. Con nueve hijos a cargo, este es uno de los pocos momentos que tiene libres. Mariama se casó con 18 años con un líder de la comunidad, convirtiéndose en una de sus cuatro mujeres. Ella se lleva bien con todas menos con su mejor amiga, que también se casó con él porque era rico. En Sierra Leona la poligamia es una práctica común y más del 35% de las mujeres están casadas con un hombre que tiene más de una mujer.

 

Un niño juega en el techo de un coche abandonado en Waterloo, a 30km de la capital de Sierra Leona. En esta zona, las casas no tienen electricidad ni sistema de agua potable. La epidemia del ébola que sacudió el país entre 2014 y 2016 y las inundaciones de 2017 derrumbaron las ya de por sí escasas infraestructuras básicas que se habían construído durante el mandato de Ernest Bai Koroma.

 

Un hombre descansa en una cementera tras una ardua jornada de trabajo en Freetown. Trabaja unas 12 horas diarias y su salario es de 250,000 leones al mes, menos de 20€, lo que no le da ni para pagar el alquiler de una pequeña chabola. Dos de cada tres sierra leoneses vive por debajo del umbral de pobreza determinado por Naciones Unidas, es decir, con menos de 1,25$ al día.