Partidas: mujeres senegalesas en las dos orillas

La migración de Senegal a Europa ha marcado la vida de esposas, hijas y madres en las dos orillas. ¿Qué significa depender toda una vida de un marido ausente? ¿O verse obligada a migrar a un país desconocido? ¿O sentirse migrante en el país de origen y en el de destino? Solo ellas tienen la respuesta

Bintou empezó la relación con su marido por teléfono, se enamoró por whatsapp y se casó a distancia. La primera y única vez que la pareja se vio en persona fue en una reunión familiar en 2006. Tras ese breve encuentro él migró a Italia y Bintou siguió con su vida en Dakar. Nunca más se vieron, nunca más hablaron hasta 2012, el año en que murió la madre de Bintou. Ese día él llamó para darle el pésame como le correspondía por ser primo lejano de la fallecida. Pasaron los días y los dos jóvenes siguieron hablando por whatsapp, a escondidas de la familia. Él le empezó a decir “te quiero” y a Bintou se le fue ablandando el corazón. Poco a poco se enamoró de ese hombre al otro lado del teléfono, al que solo veía en fotos. Él era una voz entrecortada por la distancia.

Bintou empezó la relación con su marido por teléfono, se enamoró por whatsapp y se casó a distancia

Tras seis meses de cortejo, él llamó por teléfono al padre de Bintou y le pidió formalmente la mano de su hija. Organizaron la boda en la mezquita de enfrente de la casa familiar, en el barrio de Yeumbeul, a las afueras de Dakar. Bintou se vistió de blanco y organizó una fiesta a la que acudieron sus amigas, hermanos, primos, padres y suegros. Todo el mundo estaba allí menos el futuro marido, que nunca consiguió el dinero para viajar desde Italia. En la mezquita, Bintou formalizó su matrimonio con el hermano de su novio, que actuó como representante. Un año después, ella mantiene la esperanza de que él vuelva a Senegal. O mucho mejor, que la lleve con él a Italia. Bintou cree que va a ser fácil porque su marido no es como los otros migrantes. Él tiene papeles.

 

***

“El día que mi hijo me dijo que se iba a España en patera, me pidió que rezara por él. Yo no pude evitar ponerme a llorar, sabía que irse así, de forma clandestina, era muy peligroso. Y mira que mi hijo vivía bien en Senegal. Tenía una tienda en Dakar con la que ganaba un buen sueldo y vivía con su esposa y sus dos hijos. Pero él quería construirme una casa para que no tuviera que pagar más el alquiler. Por eso se fue a España. A la semana, escuché por la radio que unas pateras habían naufragado en la costa senegalesa. Fue en 2006. Desde entonces, no he vuelto a recibir noticias suyas, ni un mensaje, ni una llamada. Por eso sé que está muerto. Si no, hubiera dado señales de vida, de eso estoy segura”.

Mareme Samb, cerca de 60 años, vive en Thiaroye-sur-mer, un pueblo pesquero a las afueras de Dakar. Desde que su hijo murió está enferma de hipertensión.

***

 

Kadiatou recuerda con tristeza el día que supo que iba a migrar a España. “Fue un día fatídico”, dice. Tenía 16 años y debía abandonar su casa, su familia, la escuela y sus amigas para irse a un país extraño y casarse con un hombre al que apenas conocía. El matrimonio estaba arreglado desde el día de su nacimiento. “Yo no podía rechazarlo, sino, me enfrentaba a toda la familia”. Al llegar a España, Kadiatou se instaló en casa de su marido y sus suegros. Un año después, se quedó embarazada. Su marido le empezó a llamar gorda y dejó de querer salir de casa con ella. Kadiatou se pasaba las noches llorando.

Nació el niño y la convivencia se hizo todavía más insoportable. Su marido no la dejaba ir sola al trabajo y la llamaba cada cinco minutos. “Mi suegra tampoco me dejaba en paz. Parecía que estaba casada con mi marido, su madre y su padre. En esa casa, yo no tenía ni voz ni voto. Todo el trabajo lo hacía yo y aparte trabajaba fuera de casa. Para ellos la mujer del hijo es como la sirvienta”. Kadiatou aguantó esa situación durante ocho años. Ocho años de los que no quiere hablar. “Aguanté por mi hijo”, dice. Hasta que un día no pudo más y decidió agarrar al niño y volar a Senegal . Le contó a sus padres que se quería separar y no volver nunca a España, pero ellos se negaron y la obligaron a regresar con su marido. De nuevo en España, la convivencia fue aún peor. Un día discutieron y ella, fuera de sí, llamó a su familia para pedir auxilio, pero nadie le contestó. Kadiatou sintió que no tenía ninguna alternativa, ni en España ni en Senegal. “Las muertas no están casadas”, pensó. Entonces, tomó lejía.

Kadiatou recuerda con tristeza el día que tuvo que dejar su casa, su familia y sus amigas para migrar a España y casarse con un hombre al que apenas conocía

Despertó en un hospital. Una amiga y vecina suya había llamado a la ambulancia. De allí la derivaron a un centro de salud mental donde, por primera vez, explicó su caso. Kadiatou no estaba enferma. Era una víctima de violencia de género. El centro la puso en contacto con las trabajadoras sociales que le buscaron un piso y la ayudaron a salir de la casa de su marido. Un día cualquiera, Kadiatou cogió a su hijo de la mano, salió por la puerta y no volvió jamás.

Cuando su familia política se enteró de que se había marchado de casa, llamaron a sus padres para amenazarlos. La madre de Kadiatiou la llamó por teléfono desde Senegal y le insistió que volviera con su marido. Las amigas que tenía en España le dieron la espalda. Pero Kadiatou no se amedrentó y empezó los trámites del divorcio, aunque nunca se atrevió a poner una denuncia. “Para no complicar más las cosas”, dice. Eso hizo más difícil conseguir la tutela de su hijo, pero finalmente le concedieron la custodia a ella y derecho a visitas cada 15 días para el padre. Ahora Kadiatou está estudiando la ESO y buscando trabajo. Vive con otras seis mujeres que han padecido situaciones similares de violencia con las que se lleva bien. Cuenta que hasta ha aprendido a cocinar tortilla de patatas. “Aquí en España siento que puedo luchar para salir adelante, que puedo estudiar y querer ser mejor”.

 

***

“Cada miércoles mi papá nos llamaba por teléfono y hablábamos con él. Siempre nos decía que nos llevaría a Francia y hablaba de cómo sería nuestra vida cuando viviéremos todos juntos. Lo que más echaba en falta era su presencia. En la escuela, todos mis amigos hablaban de su padre y yo nunca podía explicar nada. La última vez que vino, lo acompañé al aeropuerto y yo le dije que me llevara con él a Francia. Él me prometió que me llevaría a la próxima visita, pero nunca volvió, murió antes de cumplir su promesa”.

Awa Gueye, 21 años. Solo vio a su padre una vez, cuando tenía cuatro años.

***

 

Hadiba vive en un piso de alquiler social en Santa Coloma de Gramenet con sus tres hijas. Hace unos meses se le terminó el contrato y ahora teme que le quiten el piso y vuelva a quedarse en la calle. No sería la primera vez. En 2007, Hadiba tuvo que entregar al banco el piso donde vivía, ahogada por la hipoteca. De un día para otro, le subieron el pago mensual cerca de 400€. Ella dice que la empresa que le dio el préstamo hipotecario, GMAC-RFC, le hizo un contrato fraudulento. “La letra pequeña que te mata”, puntualiza.

Hadiba se quedó sin nada, con tres hijas a cargo y un marido que había huido a Francia. “A mí no me gusta pedir nada, yo soy una persona muy independiente, pero a veces me faltaba hasta para pañales. Cada día veía mi vida más en un pozo”. Así que decidió unirse a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y ocupar un piso en el Raval con sus tres hijas. “El día de la ocupación”, dice Hadiba con orgullo, “estaba la mismísima Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona”.

Hadiba vive en un piso de alquiler social pero hace unos meses se le terminó el contrato. Ahora teme que le quiten el piso y vuelva a quedarse en la calle

La PAH la ayudó a encontrar el piso de alquiler social en el que vive ahora, pero después de tres años de contrato, la pesadilla ha vuelto a empezar. BuildingCenter, una sociedad de CaixaBank dedicada a “la desinversión de la cartera de inmuebles” —según explican en su propia web—, le ha puesto una demanda de desahucio por impago. Ella alega que no recibió el nuevo contrato de alquiler social y por eso dejó de pagar.

Hadiba lleva años sin encontrar trabajo. Sufre ansiedad con episodios de migraña y ya no aguanta los ruidos de los bares y los restaurantes, donde antes solía trabajar. “No hay dos días seguidos que no los pase en la cama con dolor de cabeza. Cuando me tomo las pastillas no soy yo, duermo muchísimo. Mis hijas vienen a verme y me preguntan qué me pasa, por qué mamá está tan cansada”. Hadiba piensa que está pasando por una mala racha y que quizás su vida ya no esté aquí. Le preocupa el futuro de sus hijas. La grande está en primero de bachillerato y Hadiba teme que no pueda ir a la universidad. “Los niños de inmigrantes, aunque hayan nacido en España, aquí no tienen futuro”.

 

***

“Para venir a España, tuve que vender todas las vacas que tenía para pagar el visado. Mi marido ya estaba aquí, en Girona, así que me fue relativamente fácil obtenerlo. En aquella época, en los 90, todo era más fácil. Dejé a mis dos hijas en Senegal, cada una con una abuela. Al irme pensé en mi familia y en mis hijas, en darles un futuro mejor. Lo que más me chocó cuando llegué fue ver que todos eran blancos y que no había ni árboles, ni vacas, ni burros, ni caballos en la calle. Mi padre me preguntaba si comía leche y yogur, porque en la etnia Fula, las vacas son una fuente de riqueza. Beber leche significa estar bien alimentado. Con el tiempo, intenté traer a mis dos hijas que se quedaron en Senegal, pero solo pude venir la menor. La otra era mayor de edad y nunca me aceptaron el visado. Se quedó sola en Senegal, sin familia”.

Maimouna Diao, 53 años, del pueblo de Velingara, en la región de Kolda. Migró a Girona, Cataluña, hace 39 años.

***

 

Durante cuatro años, Fatou esperó pacientemente la llamada de su marido. Cuatro años sin hablar, sin saber donde estaba, qué hacía, si estaba muerto o vivo, enfermo o sano, si trabajaba o malvivía. Cuatro años de angustia. Cuatro años escuchando a su hija preguntar ¿Dónde está papá? Fatou se había casado seis años atrás con un senegalés que residía en Francia. Su abuelo, que era un gran marabú (hechicero), pensó que emparejar a su nieta con un emigrante era lo mejor que le podía ofrecer. “Cuando me casé estaba realmente contenta. Pensaba que mi abuelo había sido muy amable al casarme con alguien en el extranjero, alguien con mucho dinero. Yo pensaba que había tenido suerte, que había triunfado en la vida”.

En 1984, el futuro marido de Fatou viajó desde Francia a Senegal para visitar a su familia. Durante ese viaje, conoció a Fatou y a los pocos meses se casaron. Vivieron juntos durante un poco más de un año y tuvieron una hija. Cuando la pequeña cumplió 5 meses, el marido de Fatou, que se había quedado sin dinero, decidió volver a Francia para trabajar.

Cuando Fatou se casó con un senegalés que vivía en Francia, pensó que había triunfado en la vida. Pero con el tiempo se dio cuenta que vivir con un marido en el extranjero no era como ella había soñado

A partir de ese momento, Fatou tuvo que acostumbrarse al matrimonio a distancia. Desde Francia, su marido le mandaba dinero y regalos de comida exótica como café y Nutella. Incluso le envió una postal que emitía una dulce canción para niños en francés. Pero en el segundo año de vivir separados, la comunicación se cortó de repente. Dejaron de llegar las llamadas, el dinero y los regalos. Al principio, Fatou intentó ser paciente pero con los meses hasta la postal musical dejó de sonar. Pasaron cuatro años de silencio hasta que un día, Fatou volvió a recibir noticias suyas a través de un amigo del barrio. Su marido se excusó por teléfono: había estado enfermo, sin trabajo, y no le había dicho nada para no molestarla con sus problemas.

A partir de ese momento, las llamadas se hicieron más habituales y finalmente el marido de Fatou regresó a Senegal. Habían pasado siete años desde la última vez que la pareja se había visto. “Mi familia me felicitó por haber esperado tantos años. ¡Siete años!”, cuenta Fatou, orgullosa. “Yo podría haberme separado pero no lo hice para que mi hija pudiera volver a ver a su padre. Me dije que esperaría un máximo de diez años. Tenía la esperanza de que mi marido iba a volver y podríamos vivir juntos los tres, como una familia normal”. Pero el sueño de Fatou nunca terminó de cumplirse. Su marido pronto regresó a Francia. Los últimos años han transcurrido entre idas y venidas, visitas esporádicas y embarazos solitarios. Así dio a luz a tres hijas. Las más pequeñas nunca han aprendido a decir “papá”.

 

***

Para mí, el hecho de tener el marido fuera, en Alemania, no es ningún problema. Más bien, que mi marido no esté siempre conmigo me permite ser libre. Quizá es porque estoy todo el día ocupada. En el colegio, alumnos, padres o profesores me piden cosas constantemente porque soy la directora adjunta. Cuando vuelvo a casa, me toca prepararle la comida a mi hija y corregir los deberes de mis alumnos. Obviamente lo extraño, pero durante el día no tengo ni un minuto para pensar en él. Cuando él está aquí, tengo que hacer la comida, limpiar la casa, tengo que dar el máximo de mí. Pero cuando él no está, si quiero salir, salgo, si no quiero cocinar, preparo cualquier cosa y si no quiero ir al supermercado, pido comida. Vivo menos estresada, a mi aire”.

Hadi Diata, 42 años, de Ziguinchor (Casamance). Es profesora y directora adjunta en una escuela de primaria.

***

 

Ami siempre se ha sentido diferente, tanto en España como en Senegal. Llegó a Salt, Girona, cuando tenía cuatro años y recuerda que en la escuela primaria los niños se reían de ella y no la dejaban jugar. Las burlas empeoraron en el instituto con la pérdida de la inocencia infantil. Los compañeros se metían con su físico: su color de piel, sus cabellos, su delgadez. Ami contestaba de forma impulsiva. “Siempre estaba de mal humor”.

Incluso ahora, tras años como modelo, Ami continúa poniéndose nerviosa cuando tiene que entrar en una tienda y siente como todas las miradas se clavan en su piel negra

Pero su vida cambió cuando se fue a vivir a Barcelona. Su hermana mayor le pasó su antiguo trabajo de promotora de la discoteca Jamboree y allí empezó a conocer a todo tipo de gente. Perdió el miedo a abrirse y socializarse. En ese ambiente, un amigo le pidió que hiciera de modelo para un trabajo de la universidad y a partir de ahí le empezaron a llover encargos. Cuando la cámara la enfoca, Ami posa de forma natural, casi instintiva, y se transforma en su yo poderoso. Pero incluso ahora, tras años como modelo, continúa poniéndose nerviosa cuando tiene que entrar en una tienda y siente como todas las miradas se clavan en su piel negra. “No hace falta verbalizarlo, hay acciones que pueden hacer más daño que un insulto”, dice. En Senegal, Ami también se siente diferente. Ha ido dos veces con sus hermanas y allí la reconocen por su forma de caminar, por como viste y por el blanco de sus ojos. “Hasta la familia te ve de otro lugar, de un país de blancos”.

 

***

“Yo me imagino Europa como un sitio verdaderamente triste. Hace frío y no podría ir a la playa, sería una catástrofe. Allí no podría hacer nada fuera de ir del trabajo a la casa, no sabría con quien hablar. Será que en Europa todo el mundo está enfermo, porque la gente no te saluda ni te dice buen día. Aquí la gente siempre está en la calle y puedes hablar y reírte con cualquier persona, sin conocerla de nada. Obviamente en la tele los blancos son simpáticos, pero no sé, yo me lo imagino así.”

Natalie Mendy, 26 años, de Basseral (Guinea Bissau). Llegó a Dakar (Senegal) con seis meses, donde actualmente trabaja de canguro para familias adineradas.

***

 

Bintou sigue convencida de que su marido la llevará a Italia y finalmente podrán vivir juntos. Cuando le entran dudas, piensa que si no, podría trabajar como estilista, su sueño desde que tiene 12 años. Kadiatou sigue viviendo con sus compañeras en el piso de acogida. Aunque empieza a necesitar su propio espacio, su futuro es mucho más esperanzador que el que tenía delante el día que se intentó suicidar. Hadiba sigue angustiada. Tarde o temprano el banco llamará a su puerta y teme que se quedará en la calle con sus hijas. Por eso está pensando en ir a vivir a otro país de Europa. Uno donde las niñas africanas sí puedan tener oportunidades. Después de años esperando a que su marido la llevara a Francia, ahora Fatou trabaja sensibilizando a las chicas más jóvenes de las consecuencias que no se explican de la migración. A Ami cada día le llegan más ofertas como modelo. La piel negra, el cuerpo delgado y el pelo rizado del que se burlaban sus compañeros de escuela ahora se exhiben en revistas de moda y cuentas cool de Instagram. A Ami le gusta su nueva vida, pero sabe que, como muchas mujeres marcadas por la migración, siempre se sentirá entre las dos orillas.

 

*Algunos de los nombres de las mujeres entrevistadas se han cambiado a petición suya para conservar su anonimato.

** Un proyecto elaborado por RUIDO Photo con la colaboración de Open Arms y Acció Solidària i Logística (ASL), organizaciones que cuentan con proyectos de sensibilización y desarrollo en Senegal. 

*** Este reportaje se ha realizado con el apoyo financiero de la Unión Europea, el proyecto Frame, Voice, Report!, Lafede.cat, el Ayuntamiento de Barcelona y la Agència Catalana de Cooperació al Desenvolupament. Los contenidos de este reportaje son responsabilidad exclusiva de Open Arms, RUIDO Photo y los autores, Clara Roig y Pau Coll, y en ningún caso se puede considerar que reflejen la posición de la Unión Europa.

 

Marcadas por la migración

 

Ocho mujeres senegalesas explican cómo se han visto afectadas por la migración entre Senegal y España (o Europa) desde sus hogares, a las dos orillas de este proceso migratorio

 

Ami Diao, 22 años, en el parque al lado de su casa en Salt, Girona, Cataluña.

Ami vino a Cataluña con cuatro años con su madre. Se pregunta de dónde es realmente porque no se siente ni del todo catalana ni del todo senegalesa. “Tienen una mentalidad muy machista”, dice. Ha ido solo dos veces a Senegal y lo que más le ha sorprendido es que “faltasen tantos recursos que para la gente de aquí son básicos”. “En Senegal, la figura del blanco es como un Dios. Toda la mentalidad está enfocada al hombre blanco. África continúa siendo pobre y se piensan que la riqueza y el poder solo se puede conseguir en un país de gente blanca”.

 

 

Hadi Diata, 42 años, en una de las aulas de la escuela donde trabaja como directora adjunta en Ziguinchor, Senegal.

Cuando era joven, Hadi se enamoró de un chico que vivía en Alemania. Decidieron ver si funcionaba la relación a distancia y al cabo de dos años se casaron. Hadi asegura que la relación con su marido es buena. Hablan a menudo y se ven una vez al año, que para ella es suficiente. “Cuando él no está, me siento menos estresada, vivo más a mi aire”. Ella no quiere ir a vivir a Alemania, dice que el idioma es demasiado complicado. Con su salario, se podría pagar el visado y el billete de avión para ir de visita, pero Hadi tiene otras prioridades, como acabar de construir su casa.

 

 

Khady Ba (alias Hadiba), 39 años, en un parque detrás de su casa en Santa Coloma de Gramenet, donde le gusta ir a meditar.

Hadiba llegó a Cataluña con 19 años. Su madre ya estaba aquí así que ella le pidió de venir porque era “una mujer independiente”. Los primeros días se sentía desorientada porque no se podía comunicar con la gente, pero pronto se adaptó. “Como todos los africanos, pensaba que Europa era lo mejor, que aquí se podía tener todo lo que no se puede conseguir en Senegal. Por ejemplo, un trabajo con el que pagar el alquiler sabiendo que vas a cobrar a final de mes. Por eso salí, para tener una vida mejor”.

 

 

Bintou Soly, 22 años, en la terraza de la casa de sus padres en el barrio de Yeumbeul, a las afueras de Dakar.

Bintou se casó con un familiar lejano que vive en Italia y que solo ha visto una vez. Se enamoraron por whatsapp y se casaron a distancia. Tiene la esperanza de que él pueda venir a verla a Senegal o, mucho mejor, que la lleve a Italia con él. Pero a veces le entran dudas de si ha hecho bien casándose con un emigrante. “A veces me siento sola porque mi marido no está aquí conmigo. Me imagino las mujeres que viven cerca de sus maridos, que comen juntos y van a sitios juntos”.

 

 

Kadiatou Seydi, 26 años, en una calle de Barcelona.

Kadiatou migró a España con 16 años obligada por su familia para casarse con un hombre que casi no conocía. Tras años de abusos físicos y psicológicos por parte de su marido y su familia política, Kadiatou consiguió salir de la casa y separarse. “A una mujer que pasa por una situación de violencia le diría que busque ayuda, que no tiene por qué aguantar. Yo ahora lo tengo muy claro. Antes, aunque no quisiera casarme, lo tenía que aceptar porque sí, porque lo decía mi familia. No me atrevía a desafiarlos. Pero ahora nadie me puede obligar a hacer algo que no quiero”.

 

 

Natalie Mendy, 26 años, en la terraza de la casa particular donde trabaja de canguro en el barrio de Ngor, en Dakar.

Natalie es originaria de Guinea Bissau. Sus padres se trasladaron a Dakar cuando ella tenía tan solo seis meses. A los siete años, Natalie volvió a Guinea con su madre para aprender la lengua materna, y al cabo de tres se mudaron todos a Mauritania. Desde allí, su padre intentó cruzar el mar dos veces para llegar a las Islas Canarias, pero ambas lo deportaron de vuelta a Senegal. Desde siempre, a su padre le ha gustado viajar, decía que así descubría nuevas culturas y formas de vida. Pero Natalie se preguntó: ¿Por qué arriesgar tu vida para cambiar de país?

 

 

Maimouna, 53 años, en su casa de Salt, Girona, con dos de sus cuatro hijas.

Maimouna vino a Cataluña en 1991 para reunirse con su marido, aunque tuvo que dejar a sus dos hijas en Senegal. Después tuvo a Ami (izquierda) y a Ester (derecha), que viven con ella. Con el tiempo, Maimouna intentó traer a las dos hijas que se quedaron en Senegal, pero solo pudo venir la menor. Nunca aceptaron el visado de la otra hija porque era mayor de edad. Ahora Maimouna tiene la sensación que con la crisis es más difícil la regularización. “Nos han echado toda la culpa a los inmigrantes. Esto lo hacen los que no han salido nunca de su casa. En todo el mundo hay inmigrantes, incluso en África”.

 

Fatou Diop vive en la casa familiar con sus hijas mientras acaba de construir su propia casa.

Fatou se casó a los 20 años con un senegalés que vivía en Francia. Esperó toda una vida a que su marido la llevara con él o regresara definitivamente a Senegal para vivir juntos, pero su sueño nunca se acabó de cumplir. “La migración es difícil. No es un camino de rosas. En esa época yo pensaba que en Francia había de todo, que todo el mundo podía encontrar trabajo fácilmente. Pero si Francia hubiera sido como yo la imaginaba, ahora mismo estaría viviendo en una cómoda casa”.

 

*Algunos de los nombres de las mujeres entrevistadas se han cambiado a petición suya para conservar su anonimato.

** Un proyecto elaborado por RUIDO Photo con la colaboración de Open Arms y Acció Solidària i Logística (ASL), organizaciones que cuentan con proyectos de sensibilización y desarrollo en Senegal. 

*** Este reportaje se ha realizado con el apoyo financiero de la Unión Europea, el proyecto Frame, Voice, Report!, Lafede.cat, el Ayuntamiento de Barcelona y la Agència Catalana de Cooperació al Desenvolupament. Los contenidos de este reportaje son responsabilidad exclusiva de Open Arms, RUIDO Photo y los autores, Clara Roig y Pau Coll, y en ningún caso se puede considerar que reflejen la posición de la Unión Europa.

 

 

 

La migración senegalesa es también femenina

 

La migración acostumbra a tener rostro de hombre. Pero los procesos migratorios también afectan a las mujeres y de forma muy diversa, tanto aquellas que se quedan en el país de origen como las que deciden migrar

 

La migración de Senegal a España o Europa acostumbra a tener rostro de hombre: porque son mayoría entre las personas que migran, los que ocupan los espacio públicos, los que hablan en nombre de su comunidad y los que aparecen en los medios. Pero la migración también afecta a las mujeres y de forma muy diversa. Tanto a las esposas, hijas y madres que se quedan en el país de origen, como aquellas que deciden migrar, ya sea por reagrupación familiar o de forma autónoma.

Senegal es tradicionalmente un país de migrantes. Existen pruebas de fenómenos migratorios intercontinentales que datan de siglos antes del triángulo esclavista (Europa-África-América), con la trata oriental que empezó en el siglo VII. Según explica la antropóloga Beatriz García a partir de su trabajo etnográfico en Senegal para el Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), “el marido migrante es como un tipo sociocultural”.

Senegal es tradicionalmente un país de migrantes. El marido migrante es un «tipo sociocultural», tal y como lo define la antropóloga Beatriz García

“Incluso hay pueblos, como en Mbour, donde se comenta que un hombre que decide no migrar tiene más dificultades para tener esposa, porque se desprende que no tiene empeño para mejorar la vida de su familia”, añade. Por eso, concluye García, las mujeres están acostumbradas a pasar largas temporadas sin ver a sus maridos y a que la familia esté compuesta por unidades domésticas ubicadas en diferentes lugares. En la actualidad, debido a las distancias más amplias y por motivos políticos y legales, las mujeres se pueden pasar años sin ver a sus maridos. Aun así, el auge de los teléfonos móviles ha permitido que la separación física no suponga una ruptura.

Mapas de África y de Senegal. Se destacan las ciudades de donde son las mujeres que aparecen en los otros capítulos. Elaboración: RUIDO Photo.

Por otra parte, cada vez más las mujeres jóvenes de entre 15 y 29 años deciden migrar solas. Así lo recoge el último estudio sobre el perfil migratorio de Senegal elaborado en 2018 por la Agencia Estatal de la Estadística y la Demografía senegalesa (ANSD en sus siglas en francés) junto con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Aunque el porcentaje de mujeres que migran al extranjero no ha variado tanto —ha pasado de un 16% entre 1999-2008 a un 17% entre 2008-2012—, las mujeres han cambiado la forma de migrar. Si antes lo hacían como estudiantes o como esposas mediante la reagrupación familiar, ahora lo empiezan a hacer solas, en búsqueda de una independencia y una mejora económica y social que ya están desarrollando en su país mediante la inserción en el mercado laboral. ¿Pero de qué manera ha afectado la migración a los cambios en las relaciones de género?

Fatou Sarr Sow, reconocida socióloga senegalesa especializada en género, afirma que la migración ha ayudado a que las senegalesas que viven en el extranjero puedan renegociar las relaciones de género, por lo menos en sus hogares. En su estudio Migración, remesas y desarrollo local sensible al género. El caso de Senegal., realizado en 2010 para las agencias de la ONU, UN-INSTRAW y PNUD, Fatou Sarr argumenta que el acceso a los derechos de las mujeres que brindan los países de destino ha permitido a algunas mujeres independizarse y retar las jerarquías sociales entre hombres y mujeres.

Este proceso de lucha para renegociar el orden social establecido lo podemos ver en el caso de algunas de las entrevistadas, que se opusieron a la relación de desigualdad y/o violencia que padecían en su matrimonio. Aún así, al quererse separar, se encontraron con la oposición de su marido y sus padres, familia y comunidad, que mantienen la concepción tradicional del matrimonio.

La migración de mujeres senegalesas a países de destino que les brindan más derechos favorece a que se independicen y reten las jerarquías sociales entre hombres y mujeres

El matrimonio en Senegal está considerado como una unión familiar. En la mayoría de los casos, las mujeres se casan con tíos, primos o familiares lejanos y tras la unión, las mujeres van a vivir a la casa de la familia del marido. El matrimonio es un contrato social avalado por los padres que ofrece a la mujer un estatus social y recursos económicos fuera del hogar familiar. Es un paso indispensable a lo largo de la vida de las mujeres senegalesas.

La edad media en que se casan las senegalesas por primera vez es a los 20 años, edad que ha aumentado ligeramente en los últimos tiempos. Mientras que el 42% de las mujeres de 20-25 años están solteras, a la edad de 30-34 el porcentaje se reduce al 10% y entre las de 45-49 años, al 2%, según datos de la encuesta nacional demográfica y de la salud de 2017 (EDS en sus siglas en francés). La separación sigue siendo una opción minoritaria, con un 4% de mujeres divorciadas. Aunque los hombres tardan un poco más en casarse, el matrimonio es una práctica casi universal en la sociedad senegalesa.

Por su parte, Montserrat Solsona i Pairó, investigadora especializada en género y derechos sexuales y reproductivos asociada al Centro de Estudios Demográficos de la Universidad Autónoma de Barcelona, considera que los cambios en las relaciones de género de las mujeres senegalesas residentes en el extranjero se dan no tanto por el contacto directo con la sociedad occidental, sino por una nueva concepción del matrimonio emergente en Senegal. En su investigación, Cambio demográfico, migración y salud reproductiva. El papel de las mujeres senegalesas en la constitución de las familias, Solsona concluye que algunas mujeres quieren un patrón más equitativo en las relaciones de género y se sienten empoderadas para rechazar uniones a las cuales no están de acuerdo, especialmente la poligamia, que en 1997 afectaba al 47% de las mujeres y en 2017 al 32%. Este empoderamiento se atribuye, en parte, a las actividades remuneradas que empiezan a realizar las mujeres en Senegal, sobre todo en la venta, servicios y la agricultura, con las que adquieren cierta independencia económica.

 

Las mujeres que trabajan en el campo se unen en asociaciones de mujeres para aumentar la producción de sus huertos, como en este proyecto en Medina Boudialabou (Casamance), que cuenta con el apoyo de la ONG Acció Solidària i Logística (ASL).

 

Para las mujeres que se han quedado en Senegal, Fatou Sarr Sow considera que los procesos migratorios han generado pocos cambios en las relaciones de género. Aunque la migración de sus maridos les ha permitido mejorar sus condiciones de vida gracias a las remesas, estas apenas cubren todas las necesidades familiares y el papel que juegan en la economía local es insignificante. En general, suponen entre el 30% y el 80% de los ingresos en los hogares receptores. Las remesas no alcanzan para emprender un negocio y solo el 35% de las mujeres entrevistadas para el estudio complementan las remesas con sus propios ingresos, lo que provoca que ellas dependan del dinero que envían los hombres.

Así pues, el proceso migratorio de las mujeres es un síntoma de los cambios en los roles y las relaciones de género que están generando las mismas mujeres en el si de la sociedad senegalesa. Estos cambios las impulsaron a salir de viaje de forma autónoma e ir a vivir a otro país, donde su proceso de empoderamiento continúa hasta el punto de tener el coraje suficiente para retar las jerarquías sociales y las relaciones de desigualdad.

 

Evolución de la migración entre Senegal y España

Fuente: Instituto Nacional de Estadística. Elaboración: RUIDO Photo.

España es el tercer país europeo con mayor presencia de población senegalesa, con 73.333 personas censadas según el Instituto Nacional de Estadística en 2019. La comunidad senegalesa es la primera entre la población subsahariana y el 30% vive en Cataluña (22.410). El resto se encuentra repartida por el resto de comunidades autónomas, especialmente en Andalucía (12.455), la Comunidad Valenciana (5.749), País Vasco (4.690) y las Islas Baleares (4.571). En Cataluña, la comunidad senegalesa se ha instalado alrededor de las capitales de provincia de Barcelona, Girona y Lleida, siendo Mataró, Salt y Granollers los municipios con un mayor volumen de población senegalesa.

La migración de Senegal a España inició en los años ochenta en un contexto de cierre de fronteras de otros países de la Unión Europea que ya tenían flujos migratorios con Senegal. En Francia, antigua metrópolis de la colonia, la población senegalesa empezó a llegar en el periodo entre las dos guerras mundiales por la demanda de mano de obra, y en Italia, en los años 70. Así pues, la primera inmigración senegalesa a España fue en su mayoría irregular.

La migración senegalesa hacia España se inició en los años ochenta de forma irregular. Desde entonces, la comunidad senegalesa es la primera entre la población subsahariana

Los primeros senegaleses identificados en la Península Ibérica fueron en la comarca del Maresme, en Cataluña, donde los migrantes —pues en su gran mayoría eran hombres—, se quedaban a trabajar en los campos agrícolas e invernaderos de fruticultura en su camino hacia Francia. No hay datos de la población senegalesa en España hasta 1986 y 1991, cuando se pusieron en marcha dos programas de regularización. Así se constató que la comunidad senegalesa era la segunda comunidad extranjera en España después de la marroquí y la primera entre la población de África subsahariana.

La población senegalesa ha ido aumentando poco a poco hasta el año 2001, cuando se empieza a producir un incremento sustancial y sostenido en el tiempo. En 12 años, del 1998 al 2010, la población senegalesa en España pasó de las 4.700 a las 60.000 personas. Hoy, las mujeres suponen un 20% de la población senegalesa, proporción que se ha mantenido más o menos en el tiempo. Ya en 1998, las mujeres representaban el 18% del total de la comunidad.

Evolución de la población senegalesa en España separada por género de 1998-2019. Fuente: Instituto Nacional de Estadística. Elaboración: RUIDO Photo.

 

En las dos primeras décadas del siglo XX suceden dos fenómenos importantes que afectan los flujos migratorios entre Senegal y España: la mal llamada ‘crisis de los cayucos’, que tuvo su pico en 2006, en el que llegaron a España casi 40.000 migrantes irregulares por mar a las Islas Canarias. La mayoría de ellos  zarpaban de Nouadhibou (Mauritania) o de la costa senegalesa.

La crisis económica incidió en la población senegalesa residente en España especialmente a partir de 2010. Las personas inmigrantes tenían más dificultades para conseguir trabajo y pagar los altos precios del alquiler. Entre 2007 y 2011, la tasa de desempleo entre los inmigrantes se triplicó, alcanzando un 32,8%. Este porcentaje era más alto que la tasa de desempleo entre la población española, que llegó al 19,6%, según un informe de la Plataforma para la Cooperación de los Migrantes Irregulares (PICUM). Entre 2010 y 2014, más de 7.000 senegaleses se marcharon de España. En su conjunto, la población senegalesa se estancó hasta 2015, cuando volvió a su tendencia ascendente.

 

Un proyecto elaborado por RUIDO Photo con la colaboración de Open Arms y Acció Solidària i Logística (ASL), organizaciones que cuentan con proyectos de sensibilización y desarrollo en Senegal. 

** Este reportaje se ha realizado con el apoyo financiero de la Unión Europea, el proyecto Frame, Voice, Report!, Lafede.cat, el Ayuntamiento de Barcelona y la Agència Catalana de Cooperació al Desenvolupament. Los contenidos de este reportaje son responsabilidad exclusiva de Open Arms, RUIDO Photo y los autores, Clara Roig y Pau Coll, y en ningún caso se puede considerar que reflejen la posición de la Unión Europa.